Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1994) es “una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación”. Se caracteriza por un conjunto de signos y síntomas, en los que se involucran factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales. Es una enfermedad progresiva, caracterizada por episodios continuos de descontrol, distorsiones del pensamiento y negación de la enfermedad.
Se puede hablar de tres tipos de dependencia: física, psicológica y social. Son descritas como (OMS, 1982):
Dependencia física: es un estado caracterizado por la necesidad de mantener unos niveles determinados de una droga en el organismo, desarrollándose un vínculo droga-organismo.
Dependencia psicológica: es el deseo irresistible (estado de ansia o anhelo) de repetir la administración de la droga para obtener los efectos agradables y placenteros, y así evitar el malestar que se siente con su ausencia. También se conoce con el concepto de craving.
Dependencia social: está determinado por la necesidad de consumir la droga como signo de pertenencia a un grupo social, que proporciona una clara señal de identidad personal.
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en su Informe Mundial de 2016, 1 de cada 20 adultos, es decir, 275 millones de personas entre 15 y 64 años consumieron una droga en los últimos 12 meses, de los cuales más de 29 millones sufren trastornos relacionados con el consumo de drogas y adicciones. 12 millones son consumidoras por vía parental, y de éstos, el 14% tienen VIH. Sumadas a las repercusiones que tiene sobre la salud de estas personas, cada año mueren 43,5 personas por millón a causa de las adicciones, supone un gasto económico para los países que varía entre el 0,7 y el 1,7 % del PIB anual, lo que coloca a los trastornos adictivos en uno de los problemas socioeconómicos y sanitarios más graves a los que la sociedad actual tiene que hacer frente.
Es frecuente encontrar pacientes que acuden a terapia con intenso malestar y sufrimiento emocional que recurren a sustancias o actividades de manera compulsiva y descontrolada para reducir o evitar las sensaciones y emociones negativas. Según el nivel de afectación de la adicción a la salud y a la calidad de vida del paciente, debemos plantearnos si el tratamiento ambulatorio es suficiente o será necesario acompañar al paciente a un ingreso que implique una desintoxicación, estabilización y recuperación de rutinas mínimas, que permitan al paciente adentrarse en un proceso psicoterapéutico en el futuro.
La familia y la paciencia serán nuestros mayores aliados, los tratamientos de adicciones son largos, costosos y con una evolución lenta y progresiva, llena de altibajos e incluso recaídas. Acompañar al paciente, establecer una buena alianza terapéutica y confiar en su deseo de recuperarse ayudarán a que el tratamiento sea adecuado, respetando los tiempos y necesidades de cada paciente. Complementarlo con terapia grupal será imprescindible, ya que compartir la experiencia en grupos heterogéneos es una gran fuente de apoyo para aquellos pacientes que se sienten incomprendidos, que tiene falta de motivación o una escasa red de apoyo saludable fuera de los ambientes de consumo.
El control estimular y la activación conductual, al inicio del tratamiento, son necesarios para cortar la conducta de consumo, mantener la abstinencia y evitar las recaídas, pero no podemos olvidar que, si queremos que los avances se mantengan, el paciente tendrá que indagar y trabajar en sus modelos de relación y apego.
Si quieres ampliar tu conocimiento sobre la reparación de heridas de apego, te dejamos a continuación un vídeo explicativo de nuestra experta en apego, Teresa Vaquero.
Trabajar en las experiencias emocionales, posiblemente traumáticas y “de-construirse” en el proceso terapéutico para conocer la funcionalidad de su síntoma ayudará a poder encontrar motivaciones y aspiraciones vitales que permitan a la persona mantenerse abstinente durante toda su vida. El autoconocimiento y la comprensión de las propias emociones dota a la persona de la libertad necesaria para tomar decisiones loables ante situaciones vitales, normativas o no, que en otras circunstancias provocaban inexorablemente el consumo para su manejo.
Patricia Zori Núñez
Psicóloga General Sanitaria
Colegiada Nº M-34088